En el año 1984, los quintos fueron al ayuntamiento a medirse, como era tradicional para la mayoría de los varones que habían nacido 19 años antes. Cuando le tocaba el turno a los últimos, el alcalde de entonces, Enrique Bas Espinós, les avisó que ese año no habría comisión de fiestas porque las personas encargadas hasta entonces estaban ya cansadas de organizarlas.
Corría el mes de marzo, y los quintos rápidamente hicieron correr la noticia y avisar a todos los nacidos en 1965 para una reunión en la que se acabaría decidiendo que serían los propios quintos los que organizarían las fiestas de San Juan, tradición que sigue vigente hoy.
La iniciativa de organizarse fue gracias a las chicas que pusieron todo en marcha, y así fue cómo las mujeres comenzaron a formar parte de la quintaes, término que se refiere a las listas de reclutas para el servicio militar obligatorio.
Aquel año fue el primero en el que se instauró la objeción de conciencia, aunque años después se acabó con la obligatoriedad de la mili. Hoy, con la ley de paridad y con la igualdad de las mujeres en el servicio militar profesional, casi resulta difícil recordar que hace sólo un par de décadas este país era muy distinto.
Los jóvenes de la Quinta la Rebolica, que así se hicieron llamar, tuvieron que organizar por su propia cuenta sus fiestas, para la que contaron con un presupuesto de sólo 2,5 millones de pesetas (18.000€). Casi todo se organizó improvisando y sobre la marcha, pero no por ello fueron peores las celebraciones.
No faltó de nada, corte de honor, entrada de bous, carrozas, concierto, fuegos de San Juan ni foguera. Fue el principio de las quintaes, que nació «del apuro que teníamos y gracias a que los chicos llamaron a las chicas para pedir ayuda», recordó Tere Bisquert, presidenta actual de la Comisión de Fiestas de San Juan y miembro de la quinta de la Rebolica.
Por: Guiomar